martes, 18 de octubre de 2016

Filosofía del pensar

Antaño trataba de entender la diferencia entre filosofía y sabiduría y, fue Platón donde comprendí la diferencia. La filosofía se detiene en el pensar, mientras que la sabiduría en la locura (ese lenguaje extraño del éxtasis platónico que la engarzaba a la manía con un estado de ensoñación). Detenerse en el pensar implica pensar ese pensar. La experiencia del pensar siempre implica un pensar hacia algo, por lo tanto, implica una intención, una dirección, entonces decimos pensamos hacia un objeto. Ese saber de un objeto es lo que denominamos pensamiento. Podríamos decir que lo propio del pensamiento es saber; Sin embargo sabemos que el pensamiento son formas mentales, las ideas, las creencias, las esperanzas, las filosofías de la vida no son otra cosa que ensamblajes del pensamiento. Lo que el pensamiento se apropia es la representación del objeto, haciendo sólo significativo su propio pensar. En este nivel de existencia nos movemos continuamente, hacemos significativo nuestro pensar porque representa nuestra propia capacidad de saber de un mundo que está allí afuera de mí representado en mí. Es como si la realidad fuera el original de una foto y el pensamiento una copia o el negativo de esa foto. Pero ¿qué pasa con lo que denominamos conciencia? Hay que diferenciar entre lo que denominamos mente y lo que es la conciencia, en el primer caso la mente sería algo así como el foco y la conciencia como la luz que ilumina ese foco. La mente está compuesta por pensamientos y emociones sobre una realidad fenoménica, la conciencia es la capacidad de reflexionar, que no se afirma en relación al objeto del pensar, ni a la certeza de la verdad o del error, sino a su propia existencia o ser. Conciencia de sí, es la condición ilimitada e informe del ser humano para poder iluminar su propia trascendencia; cuando nos ponemos a pensar en nuestros pensamientos miramos brotar caóticamente una inmensa gama de ideas, imágenes, conceptos, trivialidades que emergen de nuestra relación con el mundo y que hacen de nuestra mente una hiperactiva máquina que no descansa, lugar donde se construyen las falacias del mundo cuando muestra capacidad interna está alejada de esa iluminación de la conciencia. Entonces la invitación es a pensar hacia sí mismo, incorporando la conciencia para iluminar nuestros hábitos cotidianos y trascenderlos por caminos mucho más importantes. En la irrupción de sí mismo está la capacidad de abrirse al otro. El par “yo mismo” – el “otro”, encuentro interno donde me descubro a sí mismo y descubro al otro, no están sujetados al pensar ni reducidos a él. En el corazón donde puedo irrumpir para poder iluminar mi propio camino a través de la conciencia abro éticamente la posibilidad de un encuentro con el otro, mi próximo que me hará vincularme en el compromiso y solidaridad versus individualismo- egoísmo. En la vida actual nuestro punto de partida es educar en una praxis (es decir, en una práctica transformadora) donde haya un punto de encuentro entre el sí mismo y el otro. Esta relación emanciparía las relaciones de poder entre unos y otros y abriría campo a la solidaridad humana en todos los niveles de la vida. Es una conjunción con rostro humano y no con rostro de objeto en relación a una competencia. Pensar al otro como objeto ya lleva implícito dos cosas, una relación de poder y una relación de saberse en posición de control. Una filosofía del pensar quizá debería iluminar las aguas profundas del ser humano para descubrirse como tal y cuya trascendencia está más allá de la simple relación de un saberse aquí posicionado por el poder; lo que acaba con ese saberse, es el dolor, pues he allí el punto de quiebre del ego. La conciencia es nuestra puerta a iluminar ese empoderamiento del pensar y la única capaz de elevar al hombre hacia una dirección que transforme este mundo, tan convulsionado por el poder.