Alejandro Cruz Solano
Hoy este tema aparece justo cuando vivimos una
época en que las Ciencias Sociales discuten el concepto de modernidad o
sobremodernidad según algunos autores. Me parece fundamental analizar, debatir
y proponer alrededor de este concepto algo que nos pudiera ayudar a repensar
nuestro papel en el rescate de nuestra memoria histórica. La discusión hoy
planteada ha dejado bastantes datos sobre lo que sucede en nuestro entorno y
los costos que está dejando en el pensamiento actual. Considero importante
preguntarse ¿Qué significa la modernidad hoy para nosotros? ¿Cómo la vivimos?
¿Qué características de este hecho están marcando los rumbos de nuestra memoria
histórica? Hacerse tales preguntas nos puede ayudar de manera colectiva a
formularnos también algunas respuestas que pudieran crear las condiciones de lo
importante que puede ser rescatar nuestro destino como pueblos o comunidades.
El problema de la modernidad o posmodernidad o sobremodernidad como la han
conceptualizado varios autores es que está cambiando nuestras vidas, vivimos en
una era de la incertidumbre y del desencanto de una sociedad que está en
riesgo, que en mi opinión tiene su punto de referencia en la racionalidad
occidental. ¿Cuándo inicia la racionalidad occidental? ¿Qué significa tal
concepto? La racionalidad occidental es el discurso sobre lo humano que lo
aleja de su calidad de sujeto y lo acerca como imagen de objeto. Es decir,
aleja al “otro” en el sentido de la indiferencia en lugar de demandar su
proximidad. Inicia con el Cogito
cartesiano del “Yo pienso” constituyendo así una identidad inteligible, un
sistema que busca adecuar el pensamiento con el mundo sensible, es decir, una
relación entre la idea y el objeto de manera que sí coincide esa sería la
verdad. La amenaza que se cierne sobre
nosotros es pues aquella que fue y es producto de nuestra razón instrumental,
aquella que nos enseñó el progreso y la utopía de una mejor vida. El problema
es que en el horizonte se desvanecen las opciones, primero, porque los riesgos
nos dicen lo que no debe hacerse pero no lo qué debe hacerse. Se instala el
pesimismo y el desencanto y, modifica nuestras formas de pensar y sentir. El desencanto
tiene un punto de referencia, la muerte del mito; el mito nos sostenía en la
creencia porque estaba hecho de “sentido”. Por ejemplo, los vínculos con la
tierra eran sagrados porque en ella se encontraba una relación con la vida: el
maíz, el arroz, el frijol. Los vínculos con la naturaleza estaban pobladas de
dioses que le daban sentido comunitario a los temporales del agua y de la
tierra. La modernidad transforma esos mitos y nos instala otros, mitos que
ahora nos infu8nde el miedo y la amenaza de una catástrofe natural o
apocalíptica. Desde entonces ya no somos los mismos.
La modernidad nos obliga a pensar en el futuro,
partiendo de la utopía. Es un pensar sobre nuestro tiempo y espacio. Pensar es
problematizar, es alumbrar esos hechos intempestivos sujetos a los vaivenes del
tiempo, por eso es importante escuchar y oír los signos del devenir, para que
seamos distintos de lo que somos. Lo que ha hecho este fenómeno llamado
modernidad o posmodernidad es alterar nuestro entorno; el saber se ha convertido
como una relación sujeto – objeto. Lo que nos obliga a replantear desde inicio
otra postura. Pensar al “otro” como algo diferente, implica salirse de ese Yo,
de sí mismo para colocar la atención en el prójimo; lo cual genera movimiento,
produce un despertar en el ser, una apertura hacia el otro, hacia la
diferencia. Ese poner en movimiento nuestro ser, aleja de manera importante la
individualización pasiva; implica un compromiso que nos acerca a las historias
de vida de nuestras comunidades, pueblos y regiones. ¿Por qué es importante el
movimiento hacia el otro? La relación con lo real, con lo que nos vinculaba a
los mitos se torna problemática porque se está desplazando de lo real a lo
virtual.