Por Alejandro
Cruz Solano
Me
preguntaba la noche en que escribía esto ¿Por qué escribir sobre los avatares
del alma? Quizá una posible respuesta es el hecho de que la persona humana es
una fuente inagotable de vicisitudes. Vicisitudes que solo pueden reflexionarse
a la luz de la actividad filosófica. La historia humana como la individual, campo
de las ciencias humanas, hay que situarlas por un lado, al tiempo de los hechos
como el tiempo presente. El primero, de aquello que ya sucedió y lo segundo, de
lo que está pasando. Entre lo que sucedió (el tiempo de los hechos) y lo que
está pasando (el tiempo presente, construimos el devenir, es decir, el
acontecimiento, lo que ocurre y afecta a la historia). El paradigma cartesiano durante el siglo XVII
influenciado por la física clásica crea el modelo mecanicista, algo así como el
mundo es una máquina compuesta por partes, y separa el estudio de la mente –
cerebro. La física clásica con Newton creía
que la materia era competencia de la ciencia y que por lo tanto si la mente
está fuera del alcance de la ciencia, luego entonces la mente no puede
estudiarse a través de la ciencia, solo el cerebro. Nuestra visión occidental
del alma está influenciada por ese paradigma que ha construido una psicología
experimental y una psicología conductual versus respecto a aquellos estudios
que nos regresa a la fuente perdida del alma, la del inconsciente. En esta
perspectiva, el papel central de los estudios que versan sobre lo humano
debería de plantear ¿Cómo pensamos nuestra realidad hoy? ¿Cuáles el campo de las
problemáticas en nuestra realidad hoy? ¿Cómo nos pensamos a nosotros mismos?
Una nueva perspectiva debe situarnos en una nueva racionalidad que nos revele
nuestra condición. ¿Cuál es nuestra condición hoy en el discurso psicológico?
Mirarnos a la persona humana como objeto. Me parece fundamental una mirada al
“otro” en donde nuestros saberes no estén condicionados a contemplarnos a
nosotros mismos como una totalidad (Qué de allí deviene el egoísmo, el Ego, el
narcisismo). Me parece que hay que superar este saber y aprender a reconocerse
en nuestras limitaciones para desmontar, desarmar ese marco categorial desde
donde fundamos nuestra mirada de lo humano y trascender hacia al otro como
persona y no como objeto. La trascendencia anularía un encierro en el yo y una
apertura hacia el otro. Esa apertura implicaría un movimiento hacia afuera, una
apertura en la alteridad del otro. La alteridad es un descubrimiento del otro
en su condición como persona y no como cosa. Esto implica entonces una posición
de yo-otro, que no es otra cosa que lo social. En esta perspectiva, la
Psicología es un pensar que traza un mapa, instaura un plano, hace un corte en
el devenir, que es el acontecimiento que tiene que diagnosticar devenires en el
presente pues es lo que somos y al mismo tiempo, lo que estamos dejando de
hacer, para convertirnos en otro.
Sin
embargo, es fundamental anotar, que en las implicaciones de la apertura hacia
el otro aún en el marco de las categorías de las ciencias, también resulta
pertinente hacer un análisis del discurso formal, dado que, no puede desligarse
de su propia construcción conceptual, su contexto y su historia. El caso por
ejemplo, de la locura, estuvo siempre ligado a la explicación de la
construcción discursiva del médico, que era el experto, ¿Cómo se usaron estos
discursos? ¿Cómo fue que se legitimaron? Esto no puede dejar de tener su
importancia dado que, en esa construcción discursiva, van determinadas sus
prácticas médicas, lo que al final, va a dar nacimiento a lo institucional
(como el nacimiento de las clínicas para locos) así como a su justificación
política de encerrar a los locos (la creación de los manicomios). Bien
entonces, todo discurso al convertirse en formal finalmente legitimará su uso
en lo ideológico como en su práctica.