Lo que sigue son
algunas narraciones de encuentros y desencuentros con lo cotidiano, sin
embargo, todo tiene un origen. He vivido, sentido, y
dolido las calamidades de los otros y aprendí que en la vida a los sujetos les
sobran calamidades que no son color de hormiga, sino hormigueros y... aún me
sigo interrogando ¿Qué me falta? ¿Qué me sobra? Los otros ¿quiénes son los
otros?
Descubrí a los otros
en el rito del suicidio. Sucedió hace apenas unos años, tres niños en situación
de la calle aparecieron muertos cerca del parque olímpico en la ciudad de
México. Se suicidaron. Arrojados a la calle
desde temprana edad ¿qué otro sentido tiene vivir en casa? La vida solo tiene
sentido en la calle, el sentido de la libertad, del vínculo, la calle me vincula
afectivamente con el grupo, le da cohesión a ese complejo tejido de soledades y
de abandonos; ¿Qué pasa cuando este vinculo se rompe? ¿Qué pasa cuando ese
sentido se vuelve persecución en contra del sentido de vivir en la calle?
Cuando se vuelven golpes de policías, prostitución, trabajo, maltrato. Aún no
lo sé que se rompió en esos niños el vínculo, pero de lo que sí estoy
convencido es que eligieron el último sentido de la vida, el límite, es decir,
buscarlo a través de la muerte.
23 de Enero, 1989. Argentina. Un comando de izquierda
asalta el cuartel militar de La
Tablada con varios muertos y desparecidos. Once
sobrevivientes de ese comando hacían una huelga de hambre por las torturas y
las malas condiciones de vida en la cárcel. Tres meses duró la huelga. Mientras
se morían, el presidente argentino compartía en la noche buena, un suntuoso
banquete con los grandes magnates del dinero, los mismos que hoy hunden a
Argentina en una grave crisis y a punto de un estallido social.
Así descubrí a los
otros, comprometidos por un sueño, por
una utopía, sin miedo a la parálisis, a la pasividad. Sin miedo a matar sus
sueños y dejar a su país así como está. Es el mismo sueño rebelde de los
zapatistas, aquel de 1994 que ha transformado al País. El compromiso fue más
allá de la vida, por eso están en la memoria y en un lugar para la historia,
más allá del sacrificio.
En el recorrido de mi
vida he descubierto la importancia de elegir; unos eligen vivir en la seguridad
que les da esta sociedad, eligen formarse o deformarse en ciertas experiencias,
eligen ser parte de un modelo social, de estatus, de clase, de formas de
pensar. Otros eligen, vivir, como - diría Eduardo Galeano -, como niños a la
intemperie, soñando, vagando y metiendo en la memoria las luces de la ciudad,
la basura, los niños en la calle, dos perros jugando, una loca riendo y muchas
figuras que vende la publicidad. El psicólogo es el que mira en el alma, es el
que penetra esa oscuridad. Desde 1968 he vivido y visto que las grandes revoluciones,
los sueños, los cambios sociales se hicieron en lugares como los antes
descritos, se hicieron en la libertad, en la pasión por ver algo diferente. Por
ejemplo, en 1989 miles
de jóvenes chinos se reunieron en la Plaza de Tianmen para exigir
una reforma al comunismo, sus sueños fueron apagados en ese mismo lugar que
exigía la libertad; cientos de tanques del ejército rojo los aplastaron. En
Chile y Argentina todavía hay mujeres buscando a sus hijos robados desde
pequeños por las dictaduras, mientras sus padres en esos años eran arrojados
desde las alturas al mar;
En Colombia, amigos míos que radican aquí en
Cuernavaca buscan afanosamente ayuda para que conozcamos los planes
norteamericanos sobre su País. EE.UU. pretende reducir a Colombia
a cenizas so pretexto del narcotráfico, ¿estaremos viviendo un nuevo Vietnam?
Démosle la razón a la historia
¿qué podemos hacer?