martes, 17 de mayo de 2016

Enseñar y formar

Alejandro Cruz Solano

La travesía de la enseñanza no es fácil, implica también aprender. Lo difícil de la docencia no está en enseñar, preparar un tema, leer libros, reproducir conocimientos, aunque eso sea útil. Lo difícil es formar, sí, formar el alma, forjar un espíritu, hacer que los jóvenes cuya brecha generacional cada vez es un reto, se involucren, se comprometan, sean valientes, sean visionarios. Soy de la opinión que ante este exigente mundo que demanda mano de obra de las Escuelas, ya no requerimos solo formar competencias que legitimen el uso de la razón instrumental, la misma que solo alimenta la crisis de la educación dado que, no ha cambiado nada, pese a que la educación sigue siendo el pilar fundamental de los cambios. ¿En que cambia la educación? Generaciones de hombres y mujeres forjadas en el espíritu de la educación pública son ahora los mismos que exigen de manera crítica y reflexiva, movilizadora y exigente un alto a las decisiones de otros que, a través del poder, se han embelesado en las mieles del neoliberalismo sometiendo la educación precisamente a las exigencias competitivas del mercado. Pensar la educación frente a una problemática cada vez más compleja, que no solo tiene que ver en función de la relación docente – alumno, sino que incluye los contextos, la vocación profesional, las herramientas de intermediación cultural, etc. En este sentido, la importancia de la formación resulta crucial, pero ¿Qué significa formar a un estudiante? En primer lugar, el concepto tiene una amplia trayectoria histórica y lingüística (ver http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=44028202), en segundo lugar, la formación tiene un sentido no solo de transmisión de conocimientos sino que además estos se encuentran entrelazados con las dimensiones propiamente humanas y es allí donde radica su valor. Formar pues implica ir al corazón de un estudiante y de allí la importancia no solo de educar transmitiendo conocimientos, es fundamental arrancar todo proceso educativo en dirección de transformar la realidad, transformarse a sí mismos y colocarse en el punto social como un observador atento y comprometido con su accionar, tanto ético como social. La enseñanza no solo es transmitir conocimientos, enseñar es pensar, es ir al corazón humano y erradicar los dogmas por los que acostumbramos a cerrarnos. René Descartes decía muy bien que, la única forma de hacer ciencia era dudar, iniciaba planteando que, la única certeza del pensamiento era la duda, dudar es pensar. Con este planteamiento, me parece que la enseñanza del docente tiene que orientarse hacia esa dirección, es decir, movilizar el pensamiento y alejarlo de reproducir solo los textos; movilizar implica una táctica diferente, nos enfrentamos al hecho de problematizar, de formular preguntas, de romper esquemas, de girar más allá de las reglas y poniéndolas fuera del ámbito técnico, en otras palabras, educar para transformar. En la travesía histórica en que se construyó la racionalidad hemos pasado de tener una identidad orientada hacia el control de la naturaleza y hemos perdido esa complementariedad con ella, en este aspecto, las enseñanzas orientadas hacia ese control, sigue legitimando los discursos institucionales del poder y poco se ha hecho por emancipar al hombre de su propia razón que tal parece es su maldición. Esperemos que pronto encontremos una década rica en el pensamiento humano que nos lleve como lo hicieron los existencialistas, los humanistas a enseñar que el hombre no es el lobo del hombre, sino su hermano.