En México como en todo el continente el
problema del desarrollo pasa básicamente por dos problemas centrales, aunque
estos, no son los únicos, sí son relevantes para lo que enfrentamos. El primer
problema, es que cada vez hay un desencuentro profundo entre los políticos y
sus pueblos; la tendencia de los políticos es a armar su agenda situados
alrededor de los intereses de grupos (vistos tanto en el PRI, PRD y PAN) y sin
ningún rumbo o proyecto. El segundo problema es que, toda gobernabilidad
requiere un liderazgo con visión, legítimo y capaz de resolver conflictos.
Ninguna de estas tres características tenemos en nuestros gobiernos ni en los
líderes de los partidos. La ingobernabilidad tal como la vivimos en algunos
estados y en el país tiene que ver con estos dos factores, el desencuentro con
la amplia audiencia ciudadana y la ausencia de liderazgo. Pero ¿Qué significa
cada uno de estos? En primer lugar hablemos de la gobernabilidad. Entendemos a
esta no tanto a los atributos de un
gobierno sino a su capacidad para enfrentar los retos y las oportunidades
específicos que se nos plantean. La gobernabilidad es la capacidad de un
gobierno para saber mantener un equilibrio y una sana relación entre el sistema
institucional, las capacidades de los actores políticos, económicos y sociales
y finalmente la capacidad transformacional de los liderazgos. Muchos aspiramos
a mejores gobiernos, en efecto, las elecciones presidenciales son trascendentes no solo por sus candidatos
sino por el proyecto de nación, la decisión en las urnas son cruciales, son
decisorias sobre a quién hemos de legitimar nuestros destinos en lo económico,
en lo político y en lo social así como en otros aspectos que por no mencionarse
no resultan relevantes. Por eso, hablar de la gobernabilidad no es tanto preocuparse por tener un buen
gobierno aunque esto esté incluido, la gobernabilidad es crear valor no solo en
el sentido de la satisfacción individual -materialmente hablando -, sino en la
forma en cómo se establecerá la nueva arquitectura social en la que los individuos y grupos buscaran su
utilidad. Por eso la gobernabilidad requiere de estrategias de creación de
capacidades para movilizar y orientar a la sociedad a una nueva cultura
política del cual se desprendan las acciones en que esta pueda enfrentar los
retos de manera colectiva. Esta estrategia en América Latina se ha tratado de
implementar mediante lo que se ha llamado “reforma administrativa”
(desarrollada durante los años 50´s y 60´s) “modernización administrativa” y
actualmente “reforma del Estado” (planteamiento que se está dando en México).
La reforma del Estado implica la forma adecuada por donde debería transitar
este, pero entendido en el sentido
anteriormente expuesto, como una nueva arquitectura social. En este sentido la agenda política no
consiste en saber todo lo que queda por hacer sino qué no puede dejar de
hacerse aquí y ahora. Esa posición es la que entra en el marco de lo que en
México se le ha denominado reforma del Estado , dado que esta no se trata de un
cambio administrativo sino de un cambio político e institucional de inmensas proporciones , que genera nuevas
instituciones, nuevos liderazgos y nuevas formas de relación social prevalecientes. Un ejemplo, es el que
actualmente vivimos en el país, por señalar solo un aspecto, el de la cultura
política, una cultura bañada por actos de corrupción, compra de votos,
programas sociales utilizados como propaganda electoral, poder asumido por
liderazgos poco legítimos, en conclusión, el Estado se ha venido debilitando de manera vertiginosa a tal nivel que las
sociedades van en un creciente descontento. Hasta aquí no se agota el primer
problema planteado al inicio de este artículo, pero en términos generales, la
gobernabilidad demanda una agenda con características como anteriormente
planteaba. Hasta ahora el Estado ha transitado de un a). Un modelo de política social centrado en
la acción gubernamental donde se parte de la idea de que el Estado es el centro
tanto en lo económico, y lo político como en lo social; b). Modelo de
compensación del ajuste económico, donde se parte del supuesto de que el
problema de la crisis surge por la excesiva intervención de los gobiernos en la
economía, lo que genera distorsiones y estancamiento y frente a ello resulta
necesario hacer un ajuste para lograr un funcionamiento libre del mercado; c).
Modelo emergente, modelo que pretende potenciar la capacidad autogestiva,
productiva y participativa de los
pobres. Frente a estos modelos con Carlos Salinas se recurrió al liberalismo
social y al movimiento revolucionario de
1910 para justificar su proyecto económico y la política social. Con Ernesto
Zedillo el libre mercado es el marco más eficaz para el desarrollo. Sin
embargo, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) destaca que
el crecimiento económico no mejora automáticamente la vida de las personas, ni
en sus propias naciones ni a escala internacional (PNUD, informe 1992). Aquí el
problema que enfrentamos es el del modelo y del ejercicio del liderazgo frente
a los retos futuros.
El liderazgo es una parte vital
para el cambio institucional. Heifetz (1994) plantea que este significa “Movilizar
a la gente para que enfrente sus problemas, encare decisiones dolorosas y
aprenda nuevas formas de ser.” Es claro que un liderazgo que sea capaz de
transformar a las instituciones exige, en primer lugar, visión. La formulación
de la visión requiere a). La comprensión de los intereses a corto y largo plazo
de un amplio espectro de actores sociales; b). Una percepción afinada de los
equilibrios implicados en los arreglos institucionales vigentes; c). Conciencia
suficiente de los impactos que las tendencias y fuerzas van a tener sobre la
sociedad y sus principales actores. Lo decisivo no es que la visión sea
innovativa, sino que conecte con los intereses y motivaciones de amplias
audiencias (Kotter, 1990). En segundo
lugar todo liderazgo requiere legitimidad. La legitimidad es lo que permite que
funcione una comunicación efectiva entre el liderazgo y sus audiencias, en
América Latina actualmente (Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia y Chile por
decir algunos) se han construido liderazgos legítimos no porque tengan la
habilidad de comunicar sino porque son creíbles y confiables ante sus
audiencias. Es decir, no solo son
factores personales los generadores de la confianza y la credibilidad en un
líder sino que son producto de las percepciones sociales ante las consistencias
entre el discurso, las acciones y resultados. Un tercer factor importante en el
líder es su capacidad para tratar adecuadamente los conflictos. El conflicto
puede ser un estimulo, un desafío al proceso de aprendizaje. Desarrollo en el
sentido de convertir toda demanda, todo valor y motivaciones conflictivas en
curso de acción coherente. Hace algunos años haciendo una experiencia con
grupos de padres de familia en una escuela trabajamos conflictos
intrapersonales a través de historias de vida, recuerdo que algunos me
preguntaban, ¿Usted nos va a ayudar? ¿Cree que este curso nos sirva para
resolver nuestros conflictos? Pienso que la tarea de un líder no es encontrar
soluciones mágicas sino un proceso continuo de cuestionamientos,
interpretaciones y exploraciones de opciones ante la vida. Desde esta
perspectiva es urgente modificar nuestras formas de situar a los liderazgos versus
autoridad. La autoridad es formal, es un
pacto. La autoridad se instala a través de un pacto y para la demanda de un
servicio expresado en un mandato. Todos los gobiernos electos por la vía
electoral son autoridades formales. Sin
embargo, antes de ser autoridades formales son autoridades informales, es
decir, ejercen el liderazgo para atraer votantes y cuando llegan a ser
autoridades formales deberían seguir ejerciendo la influencia de líderes,
situación que pocas veces sucede, lo cual refleja una decadencia en el poder y
en el ejercicio del liderazgo. ¿Dónde radica el problema? Yo lo situó en dos
ámbitos, el primero, la pérdida de legitimidad de los liderazgos. Actualmente
los liderazgos han perdido rumbo porque han legitimado el fundamentalismo del mercado
que a pesar de los costos sociales no han dejado de aplicarse; pareciera que,
los liderazgos, viven de dogmas. El segundo factor, se refiere a la gran
incapacidad para transformar la política pública. La capacidad estatal referida
a la cuestión pública se refiere a la forma en cómo el Estado se vincula con la
sociedad para responder a ese pacto legitimo. Por mencionar algunos ejemplos,
antes de ser gobierno, los partidos políticos padecen la esquizofrénica actitud
de pelearse los cargos, pasan mucho tiempo armando sus agendas en los
restaurantes negociando los futuros cargos de una elección popular. Esta
concentración de energía en las negociaciones en pequeñas tribus y grupos van
desdibujando ya la de por sí carencia de proyecto social y sus vínculos con la
sociedad. El mandato social que por la vía legitima electoral pone a una
autoridad se ve traicionada por los intereses de poder y económicos de gente sin escrúpulos que cuando uno trata
con ellos no tienen la mínima idea de lo que significa ser gobierno. De esta
manera los liderazgos son legitimados por la vía electoral (es decir, cumplen
su función como autoridad socialmente hablando) pero ilegítimos en cuanto se trata de poner las ideas o los mandatos en
el marco de las necesidades y exigencias de la misma. Finalmente, una posible
transformación de la sociedad es depositar en las tareas de los ciudadanos el
ejercicio del liderazgo sin que medien exigencias de carácter electoral, sino
una visión de las necesidades sociales.
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