martes, 12 de abril de 2016

El discurso en el sujeto del deseo

Alejandro Cruz Solano |
2016-04-11
El cuerpo es el lugar donde se escribe el texto de la palabra, es un texto con voz y es el lugar del sujeto. Hablemos de la ocupación del cuerpo y preguntémonos ¿Quién ocupa este cuerpo?  En primer lugar, reconozcamos que el sujeto se mueve entre dos dimensiones por un lado el yo, ese  lugar que nos habita y cuya función es narcisista, defensiva, imaginaria  y del cual nos sujetamos en una zona de confort para no perder la seguridad la tranquilidad; por otro lado, somos sujetos de deseo, que es el verdadero centro pulsional condicionado por el lenguaje,  el deseo tiene su origen en lo que los demás  depositan en mí (a esto yo le llamo institucionalización del deseo, es decir, mi deseo no es mío sino de los demás que me lo depositan o lo sacralizan) tal como sucede con la familia y la iglesia que lo institucionalizan bajo un discurso de poder en la que se ejerce ese poder. Siempre somos sujetos deseantes en tanto exista la necesidad de una   promesa de la satisfacción futura. El deseo es una travesía donde me separo y, esta separación puede ser desde suprimir o sujetar el deseo quedando perdido el objeto de deseo originariamente. Un deseo suprimido deja registrado por decirlo así, huellas en la memoria, lo cual hace que toda insatisfacción  ahora pueda ser satisfecha  mediante la reproducción alucinatoria de representaciones  (llamadas fantasías) que se han convertido en signos de una satisfacción interior. Ese deseo nostálgico, a la vez que repite alucinatoriamente la experiencia pasada y reencuentra, pero ya en el plano fantasmático (se refiere a la fantasía) del sueño y del síntoma (se refiere a la forma en cómo se expresa el deseo corporal o conductualmente), el objeto perdido, busca también (o por lo menos querría) una realización, aunque condicionada por el vínculo con los signos (el lenguaje). Eso lo vemos por ejemplo, en la pornografía, en el sentido de que cuando el placer sexual se convierte es un medio publicitario se conduce a una cultura donde el placer corporal se reduce al placer en la imagen, separando lo real por lo ideal y convirtiendo lo orgásmico en genital y la experiencia sexual más allá del sexo en una experiencia genital de placer. Podría decir que el erotismo es un cuerpo vuelto en sí, sin simulacros, poseído por ese pecado original. Lo erótico no es poseído por el lenguaje por eso hacerlo poseer por este lenguaje, es dejarlo poseer por el consumo masivo o dejarlo en el solo placer de la mirada, que es fantasía. Pero la fantasía – como búsqueda libertaria de un lenguaje elaborado con lo imaginado tras el objeto del deseo, es antes que nada una manera de evadirse de la realidad. El poder prescribe al sexo un orden – nos dice Focault -, que funciona al mismo tiempo como forma de inteligibilidad: el sexo se descifra a partir de su relación con la ley. Lo que finalmente significa que el poder actúa pronunciando la regla. Por eso lo erótico debe estar fuera de la ley o en su caso volver a replantear la pregunta, en lugar de decir ¿Quién ocupa este cuerpo? Mejor decirnos ¿Cómo vivo mi cuerpo? ¿Con una sexualidad genital o como un cuerpo erotizado?   Habría entonces que construir una tarea esencial, la reivindicación de nuestro cuerpo, empezando con la supresión del pudor, después de todo, sigue siendo parte de los prejuicios de una cultura que lo somete a la culpa, al temor y al castigo.