domingo, 6 de enero de 2013

Ensayo sobre el deseo




La adivinación no es más que un suplemento a la imperfección intelectual del hombre.
Nadie, en efecto, en el pleno ejercicio de la razón alcanza una adivinación inspirada y verdadera; es preciso que el pensamiento esté dificultado por el sueño o extraviado por la enfermedad o por el entusiasmo.

El TIMEO, PLATON


La razón es una forma de justificar las normas, normalizar, regir por la ley;  es una máscara que esconde el verdadero rostro del sujeto deseante. El teatro es una novela del deseo, el personaje real que habla a través de la máscara. El deseo es como la adivinación, no se puede alcanzar en un estado de racionalidad, buscarlo así no es más que una imperfección. El deseo es un extravío, hoy nadie se extravía porque vive en una sociedad normalizante, tienen miedo a extraviarse. Hay una relación entre deseo y poder que Freud ya lo había hablado en su Tótem y tabú. Pero hablemos del extravío que tiene algo de crueldad y de amor.  Azteca es una novela que habla de los sacrificios de las antiguas civilizaciones, sacrificios canibalescos que aun hoy existen. La sociedad contemporánea racionaliza el miedo a descubrir en sí esa parte también canibalesca aunque no se de cuenta de que en sus prácticas cotidianas lo realiza aunque sea por lo menos simbólicamente[1]. Pero no solo sucede con ese tipo de deseos, la existencia de los manicomios es por un lado la institucionalización de la locura, y la negación de esta en el individuo, negación social por supuesto. La religión y el manicomio, son dos instituciones que sacralizan por una lado la vida  sexual y, por el otro, la cordura, ambas normalizan lo que debe ser bueno para las parejas y lo que debe ser bueno para la sociedad, en la primera, una práctica de la vida sexual genitalista y en la segunda, como mantenerse libre de los locos, aunque en este último caso, se disfrace mediante el discurso de la cordura, lo que realmente uno tenga de loco negándolo mediante la mascara de la normalidad. El deseo ha sido apagado literalmente hablando aunque este se encuentre latente pero negado por la razón y la conciencia de la culpa y el miedo. Pienso que de esta negación brotan las psicopatías cuando no el pudor. Subterfugio moral que condena a matar el deseo y racionalizar los sentimientos. ¿Qué significa esto? Significa pudor y pureza, idealización, amor limpio y bueno, ternura, monotonía, sexualidad genital, culpa a la traición y pecado. Hemos idealizado y espiritualizado el amor negando el deseo. Aunque el primero pertenezca al ámbito de la fantasía y el segundo a lo humano, a lo realmente humano.  El extravío empieza por el entusiasmo, el entusiasmo de vivir más allá de la culpa y la sacralidad. Extraviar el cuerpo es penetrar a esos rincones oscuros y siniestros donde la razón se pierde y, allí, solo puede tener razón la plenitud. La pintura y el sueño son dos expresiones de lo que lo que el deseo quiere decir, es lo hablado del sujeto. Habla el deseo del sujeto, pero lo hace por la vía más enigmática. Aquí el deseo es hablado, cuando casi siempre son los otros quienes hablan por él mediante las imposiciones. El sujeto está condicionado a institucionalizar el deseo, cuando esto sucede, la castración es su finalidad. No puede haber amor si no existe el deseo, pero este último solo tienen sentido cuando se le permite ser. Ahora bien, la pintura toca no solo al sujeto en sus adentros igual sucede en el sueño, también toca en el espacio la corporeidad viviente o no de las cosas y el mundo. Tocar y ser tocado es el principio del encuentro. La relación y el contacto hacen la travesía experiensante  de vivir con intensidad el ritual de la seducción. Nadie toca por tocar si no existe el deseo de experimentar la plenitud y el goce que otorga la caricia. Por eso cuando se espiritualiza el deseo, este deja de provocar un encuentro, generando miedo a tocar, a hablar y a acariciar. Siempre he pensado que el ser humano ha denegado su entrada a un mundo más íntimo desde el momento en que ya no se permite tocar; Cuando respiramos hacemos una función de los pulmones, intercambiamos gases y vapor entre nuestro organismo y el medio ambiente. Los pulmones, el vapor y los gases son concretos, pero la función  de respirar es abstracta – aunque real. Así, hay funciones psíquicas  que no las vemos, pero que existen. Algunos psicoanalistas (Sigmund Freud)) han llegado a plantear que estas fuerzas o material misterioso se llaman libido. Freud distingue entre pulsión o instinto (fuerza constante de naturaleza biológica, orgánica) que tiende a la supresión de todo estado de tensión y deseo (tensión del aparato psíquico). En esta teoría, todo individuo tiene pulsiones que buscan un retorno al placer, carencia originada en una experiencia de placer o displacer en el cuerpo. Hay una verdad primera, que es el deseo, suprimido o sujetado quedando perdido el objeto de deseo originariamente. Esto hace que el sujeto se divida en dos partes, su verdad inconsciente y su lenguaje (este último orden en que se deriva sus pulsiones libidinosas).
En otras palabras, los deseos están ligados de manera perenne a “huellas “mnémicas” y susceptibles de ser satisfechos  mediante la reproducción alucinatoria de representaciones que se han convertido en signos de una satisfacción interior. El deseo nostálgico (el fantasma), a la vez que repite alucinatoriamente la experiencia pasada y reencuentra, pero ya en el plano fantasmático del sueño y del síntoma, el objeto perdido, busca también (o por lo menos querría) una realización, aunque condicionada por el vínculo con los signos.
Hasta aquí tenemos de manera básica y con el riesgo de superficializar la teoría psicoanalítica, aclarado el concepto de pulsión y deseo, sin embargo, Lacan[2] agregaría el concepto de demanda; es decir, el de un pedido dirigido a otros. En tanto que la necesidad se satisface con un objeto específico de la naturaleza y la demanda exige un amor incondicionado y el reconocimiento del otro, el deseo, por obra de la lógica de la falta, aparecería precisamente en la distancia, imposible de colmar entre la necesidad y la demanda.
Las fantasías son uno de los modos de satisfacción alucinantes del deseo. Serían las más fundamentales las que tienden a encontrar de nuevo los objetos ligados a las primeras experiencias de excitación y de la resolución del deseo.  En este sentido, el conflicto originario es la escisión (división) originaria del sujeto, lo cual da origen a  una pulsión reprimida y ésta es remplazada por un símbolo. El sujeto ingresa entonces en el orden de lo simbólico, del lenguaje y se convierte en deseo de tener, de conocer, de poseer. Esta misma división ha sido planteada por Carl Gustav Jung, cuando enfoca la idea de que existen dos centros de la personalidad, el Ego – que constituye el centro de la conciencia -, y el YO – el centro de la personalidad global (que incluye la conciencia, el inconsciente y el ego)  El Yo es, al mismo tiempo, la totalidad y el centro mientras que el Ego es un pequeño circulo excéntrico contenido dentro de la totalidad. También podríamos decir que el Ego es el centro menor de la personalidad y que el Yo, en cambio, es su centro mayor. Freud opinaba que cada Ego estaba formado por identificaciones o introyecciones (en el sentido de imitar a alguien, e comportarse “como si fuera” otra persona). De este modo, la creación de nuestra personalidad tiene lugar gracias a las influencias que recibimos del exterior, influencias que nos permiten identificarnos con lo que nuestro entorno refuerza como “bueno” y reprimir lo que considera como “equivocado”, lo que es “malo”. La necesaria unilateralidad del proceso de desarrollo de nuestra personalidad va desterrando a nuestro psiquismo inconsciente a aquellas cualidades inaceptables que negamos y rechazamos hasta que estas terminan agrupándose y configurando una especie de personalidad inferior. En la medida en que el Ego va afirmándose en la conciencia va configurándose también una mascara, la persona, el semblante que exhibimos ante el mundo, el rostro que refleja lo que creemos ser y lo que los demás creen que somos. La persona satisface así las demandas de nuestro entorno y de nuestra cultura adaptando nuestro Ego ideal a las expectativas y valores del mundo en que vivimos  mientras que nuestros deseos reprimidos van echándose en un saco al que todos arrastramos, un saco que contiene todos aquellos aspectos inaceptables de nosotros mismos.




















[1] Hay dos casos que conocí personalmente y uno leído, el primero fue el de una colega psicóloga que me narraba el siguiente sueño “Soñe, me decía hace algunos años, que estaba parada frente a un balcón, semidesnuda, iluminada por una leve luz de luna. Tenía miedo porque sentí que atrás de mí alguien me miraba, voltee titubeantemente y allí frente a mí estaba un hombre a quien no se le veía el rostro, estaba cubierto con un traje negro y un sombrero, estaba un poco inclinado  tendiéndome la mano, quise ir hacia él, me acerque lentamente y cuando le di mi mano, él extendió la suya y me di cuenta que de ella brotaba mucha sangre, fue entonces cuando desperté sudando”. El otro caso, lo vi en una exposición de pintura, un pintor se extravío, plasmó en una pintura, una mujer desnuda de la que brotaba como fuente, sangre de la vagina y, esta caía sobre la imagen de una virgen. El último caso lo leí en el Héroe de las mil caras de Joseph Campbell donde narra el sueño de un joven que accidentalmente mata al padre y, al despertar se da cuenta que amanece en los brazos de la madre, donde esta le dice, “no te preocupes hijo, ahora que tu padre no está tu cuidaras de mí”
[2] Psicoanalista francés