sábado, 3 de marzo de 2012

Silencio que se rompe


Hay silencios rotos
Por el desamor, la violencia y el miedo
Pero hay sonrisas que te curan y que hacen
Ser feliz, por eso la felicidad no es una meta,
Solo es una estación

Proverbio Etiopíe


Erotismo y sexualidad, la disyuntiva corporal





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El cuerpo es el lugar donde se escribe el texto de la palabra, es un texto con voz y es el lugar del sujeto. Hablemos de la ocupación del cuerpo y preguntémonos ¿Quién ocupa este cuerpo?

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 Una mujer joven, quien vive con su madre mantiene una relación de permanente conflicto con ella. A menudo, la madre le prohíbe salir, tener novio, y siempre vive con la sospecha de que su hija ande en “malos pasos”. Se podría decir que la madre  es sumamente controladora. Durante muchos años hasta su juventud esta joven mujer vivió con dos sentimientos, la culpa y el temor. La primera vez que tuvo su actividad sexual – me dijo alguna vez -, no sintió nada. Pensó que era normal por ser su primera vez. Sin embargo, en la medida en que fue dándose cuenta que le pasaba muy frecuente no “sentir nada” empezó a hablarlo. El día que pudo decir su situación noté que cada vez que se hablaba del tema, desplazaba su planteamiento de no “sentir nada físicamente” a desearlo en fantasía. Es decir, parecía como si cada vez  un acto sexual lo disfrutaba mas cuando lo imaginaba que cuando lo hiciera.

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 En primer lugar, reconozcamos que entre el deseo y el deber se asoma un probable conflicto, el conflicto del limite, es decir, si este cuerpo es un lugar del deseo, primero este es inalcanzable completamente y solo realizable parcialmente por la razón de que, siempre esta limitado,  sometiendo el deseo a una tensión y a la falta. Decir ¿Quién ocupa este cuerpo? Es preguntarse en primer lugar si los deseos tienen su origen en lo que los demás  depositan en mí (a esto yo le llamo institucionalización del deseo, es decir, mi deseo no es mío sino de los demás que me lo depositan o lo sacralizan) o en lo que realmente yo deseo. Siempre somos sujetos deseantes en tanto exista la necesidad de una   promesa de la satisfacción futura.
El deseo es una travesía donde me separo y, esta separación puede ser desde suprimir o sujetar el deseo quedando perdido el objeto de deseo originariamente. En este sentido ¿Qué relación guarda esto con lo sexual y lo erótico? Primero, un deseo suprimido deja registrado por decirlo así, huellas en la memoria, lo cual hace que toda insatisfacción pueda ser satisfecha  mediante la reproducción alucinatoria de representaciones que se han convertido en signos (sueños, fantasías) de una satisfacción interior. El deseo nostálgico, a la vez que repite alucinatoriamente la experiencia pasada y reencuentra, pero ya en el plano fantasmático del sueño y del síntoma, el objeto perdido, busca también (o por lo menos querría) una realización, aunque condicionada por el vínculo con los signos (el lenguaje).
Por eso en la medida que el placer sexual se convierte es un medio publicitario se conduce a una cultura donde el placer corporal se reduce al placer en la imagen, separando lo real por lo ideal. Durante mas de diez años he trabajado con parejas y la experiencia me ha enseñado que, un cuerpo al que se le suprime el deseo crea la posibilidad de un traslado de este a la fantasía, es como decir, “cuerpo negado, fantasía realizada” pero este traslado es sumamente dañino dado que he encontrado casos en que la realización del deseo muchas veces es mas alucinatoria que real, quedando el cuerpo atrapado en la frigidez o en la perdida de capacidad para vivir su sexualidad. Es más que evidente que hay una diferencia entre sexualidad y erotismo, podría decir que el erotismo es un cuerpo vuelto en sí, sin simulacros, poseído por ese pecado original. Lo erótico no es poseído por el lenguaje por eso hacerlo poseer por este lenguaje, es dejarlo poseer por el consumo masivo o dejarlo en el solo placer de la mirada, que es fantasía. Pero la fantasía – como búsqueda libertaria de un lenguaje elaborado con lo imaginado  tras  el objeto del deseo, es antes que nada una manera de evadirse de la realidad. El poder prescribe al sexo un orden – nos dice Focault -,  que funciona al mismo tiempo como forma de inteligibilidad: el sexo se descifra a partir de su relación con la ley. Lo que finalmente  significa que el poder actúa pronunciando la regla. Por eso lo erótico debe estar fuera de la ley o en su caso volver a replantear la pregunta, en lugar de decir ¿Quién ocupa este cuerpo? Mejor decirnos ¿Cómo vivo mi cuerpo? ¿Con una sexualidad genital o como un cuerpo erotizado?   Habría entonces que construir una tarea esencial, la reivindicación de nuestro cuerpo, empezando con la supresión del pudor, después de todo, sigue siendo parte de los prejuicios de una cultura que lo somete a la culpa, al temor y al castigo. 

LO FEMENINO ANTE LA CULTURA MODERNA


 

La mujer no es algo que ha existido

desde siempre, sino que se ha ido construyendo

 con las palabras del otro

Antes de empezar este exposición quiero dedicar este trabajo a todas las mujeres que han logrado en cierta manera su emancipación de las cargas morales, muchas veces de las cuales solo justifican su sometimiento a los discursos de un poder tanto en el ámbito político como familiar.
Para empezar es fundamental hablar sobre el proceso de lo femenino en la historia y, aunque no haré una historiografía de la mujer no dejaré de señalar los momentos fundamentales de ésta en la historia, además incorporo el concepto de  cultura moderna, caracterizada hoy por múltiples rupturas del orden moral, psicológicas y sociales que arrastran a formas de percibir los procesos humano – psicológicos de manera cosificada, es decir, como una cosa, como una mercancía, capaz de entrar al mercado y ponerle un valor, soslayando así la parte mas importante y fundamental de la vida: la intimidad.
 La pregunta fundamental que siempre me he hecho es ¿cómo miramos nosotros los hombres a las mujeres? La percepción masculina puede pasar desapercibida si pensáramos que no tiene sentido preguntarse tal cosa; sin embargo, muchas de estas percepciones, por lo menos su importancia, no radica en la percepción en sí, sino en como estas están vinculadas a las estructuras sociales e ideológicas de un orden patriarcal, me explicaré, desde en el Antiguo Testamento hasta hoy el padre es el dueño y señor de la familia, en el derecho patriarcal primitivo, la mujer y los hijos eran propiedad del pater familias, tanto como los esclavos como el ganado, esta  concepción tiene profundas repercusiones en los roles que la mujer asume, en efecto, en esta concepción patriarcal el amor paternal es siempre, por su esencia misma, un amor condicionado. Depende del cumplimiento de determinados supuestos. Si trasladamos este principio al ámbito político encontraremos que el principio supremo de toda sociedad es el Estado, la ley. De igual manera, este mismo principio rige toda vida cotidiana desde la moral hasta la sexual, el padre, el Estado y las leyes morales se han convertido en el campo que fertiliza las formas de pensar, de sentir y de actuar como condiciones de un pensamiento conservador y autoritario. Este modelo patriarcalista sufre, ciertamente, una transformación a partir de la ilustración y la fundamentación contractualista del Estado, será el pacto entre los iguales el que otorgue legitimidad al gobernante, que ostentará la imagen de padre simbólico, no por mandato divino o lugar natural, sino en virtud de la representación de la voluntad general.  En este sentido  lo que trato de abordar como problema, en un primer momento, es las formas de representación masculina sobre lo femenino, problema que plantea no solo una visión patriarcal, autoritaria y machista de la mujer sino además sus repercusiones en el campo del conocimiento social, dicho de otra manera, las formas en como las ciencias sociales miran a la mujer, desde la historiografía hasta la psicología, tal como lo señaló en algún tiempo Amparo Moreno, una excelente historiadora cuando dice “la historiografía no solo era sexista, es decir, privilegia un sexo en detrimento de otro, sino también androcéntrica, es decir, privilegia el punto de vista masculino. Tuvo que surgir el feminismo al final de los años sesentas para impulsar una renovación a las viejas categorías que condicionaban a las mujeres a factores sociales e ideológicos y que, a lo largo de los siglos se había convertido en una tradición referida a lo femenino como un hecho natural, biológico y sacralizado.  La primera insurrección femenina trajo pues, no solo una renovación conceptual como tal sino que también la incorporación de las mujeres al trabajo y mas tarde a la política, tal como sucedió con las mujeres durante la dictadura Argentina, las madres de Plaza de Mayo que diluyeron la ilusoria barrera que separaba el mundo domestico de la política y transformaron la maternidad en subversión. Desde esta perspectiva juzgamos útil y legítimo plantear qué posición tiene la psicología frente a esos procesos en que la mujer emerge a un mundo que subvierte los roles del hogar por la acción política,  procesos que no pueden estar ajenos al devenir histórico de la mujer que es historia de la mujer como sujeto e historia de la mujer como proceso. En ambos casos, lo que se plantea es, que tramas sociales e históricas de la cultura configuran cierto tipo de singularidades femeninas que definen no solo la posición de la mujer frente a una cultura machista sino también la construcción de una cultura de la intimidad (por ejemplo, la percepción del cuerpo, la autoestima, el amor, las relaciones de  pareja). Lo que importa pues – y esto es tarea de la Psicología-,  es cómo hacer para reconstruir la intimidad, las historias de vida, en un espacio de y para la mujer que permitan explorar sus posibilidades en el campo político, social, académico y cultural. Un punto fundamental descubierto por mi trabajo con mujeres me ha llevado a plantear dos cosas, el espacio cuyas dimensiones afectivas son cubiertas por la familia es, al mismo tiempo que un espacio afectivo un espacio disfuncional de la vida intima sexual, en efecto, la familia no solo reproduce los roles biológicos de la especie humana sino que encadena la vida sexual al ámbito de una sexualidad genital displacentera, la mujer, madre en las sociedades modernas cada día se ve sometida no solo a la sobrevivencia económica sino también a la protección del hogar, en este sentido muchas mujeres asumen una carga moral y de responsabilidad que, asociadas a las cargas culturales son generadoras de culpa y de insatisfacción sexual. Importa mucho pues, explorar las fuertes cargas morales para orientarlas hacia su emancipación y sublimarlas hacia ordenes de carácter social, político y cultural. Todos esos espacios íntimos revelan pues, no solo el carácter psicológico de las formas de adaptación a las instituciones como la familia, sino también su carácter insurrecto que es historia de las mujeres en la vida cotidiana, que es la historia de una lucha contra la cultura posmoderna,   cultura de lo inmediato y de la urgencia, la cultura que ha intentado mercantilizar todo lo que existe entre cielo y tierra, que ha creado el “tiempo tecnológico” y el “tiempo aprisa” (Arnoldo Kraus, 2001), que ha transformado muchas de las fibras de los sentidos, “esos rincones que antes de ser otra cosa, son rincones humanos, sensaciones vitales” Por eso, es tarea de la psicología reconstruir la intimidad, romper la línea entre el olvido y la evasión, entre el silencio y la verborrea. La psicología tiene que ir a esos rincones humanos para encontrar una opción a la vida humana. Si la tarea de la historia es hacer una historia nueva, una historia desde abajo, una historia de las mujeres,  pues, cada vez nos acercamos a vivir sin saber nada de nosotros, hemos perdido los vínculos que nos unían con esos actos singulares de la palabra y el goce. Como apuntaba Arnoldo Kraus “los tiempos sin tiempo, los tiempos tecnología, han opacado, e incluso desaparecido, esos renglones. Se tiene menos, se palpa menos, se conoce menos al otro. Tocar y ser tocado es vital... Acercarse, sentir, es una línea bidireccional, que le permite a uno verterse en el otro, y al otro, cuando herido, retornar el mundo y regresar a sus adentros...” Creo que estamos asistiendo al fin de la historia que cuestionaba al hombre para dar cabida a la cuestión mujer, en tanto, deja de ser la madre de la fantasía y de los dioses para ser la madre de su propia historia y de su propio cuerpo. En este sentido, la historia de la mujer es un campo de fuerzas que apunta en su sentido político a la liberación de un sistema de explotación que, reproduce en el campo de la familia la cultura machista y en el moral los sentimientos de culpa, ambos, lo político y lo moral constituyen estrategias del orden social. La historia de la mujer tiene que apuntar pues, a la liberación de ese campo de fuerzas, pero a una liberación que no reproduzca las contradicciones de su lucha, es decir, si la mujer lucha por incorporarse al trabajo y por sus derechos a la igualdad, el capitalismo lo ha hecho de manera muy bien, pero esta, sigue siendo una posición por demás  economicista y de más explotación; si la mujer lucha contra las relaciones machistas, debería ser fundamentalmente una lucha sin excluir a los hombres, pues, la represión femenina no se da sin la existencia del macho, por tanto, no hay liberación sin alianzas y esta no puede ser alcanzada sin una alianza por la vida, sostenida y protagonizada por ambos.