La mujer no es algo que ha existido
desde siempre, sino que se ha ido construyendo
con las palabras del otro
Antes de empezar este
exposición quiero dedicar este trabajo a todas las mujeres que han logrado en
cierta manera su emancipación de las cargas morales, muchas veces de las cuales
solo justifican su sometimiento a los discursos de un poder tanto en el ámbito
político como familiar.
Para
empezar es fundamental hablar sobre el proceso de lo femenino en la historia y,
aunque no haré una historiografía de la mujer no dejaré de señalar los momentos
fundamentales de ésta en la historia, además incorporo el concepto de cultura moderna, caracterizada hoy por
múltiples rupturas del orden moral, psicológicas y sociales que arrastran a
formas de percibir los procesos humano – psicológicos de manera cosificada, es
decir, como una cosa, como una mercancía, capaz de entrar al mercado y ponerle
un valor, soslayando así la parte mas importante y fundamental de la vida: la
intimidad.
La pregunta fundamental que siempre me he
hecho es ¿cómo miramos nosotros los hombres a las mujeres? La percepción
masculina puede pasar desapercibida si pensáramos que no tiene sentido
preguntarse tal cosa; sin embargo, muchas de estas percepciones, por lo menos
su importancia, no radica en la percepción en sí, sino en como estas están
vinculadas a las estructuras sociales e ideológicas de un orden patriarcal, me
explicaré, desde en el Antiguo Testamento hasta hoy el padre es el dueño y
señor de la familia, en el derecho patriarcal primitivo, la mujer y los hijos
eran propiedad del pater familias, tanto como los esclavos como el
ganado, esta concepción tiene profundas
repercusiones en los roles que la mujer asume, en efecto, en esta concepción
patriarcal el amor paternal es siempre, por su esencia misma, un amor
condicionado. Depende del cumplimiento de determinados supuestos. Si
trasladamos este principio al ámbito político encontraremos que el principio
supremo de toda sociedad es el Estado, la ley. De igual manera, este mismo principio
rige toda vida cotidiana desde la moral hasta la sexual, el padre, el Estado y
las leyes morales se han convertido en el campo que fertiliza las formas de
pensar, de sentir y de actuar como condiciones de un pensamiento conservador y
autoritario. Este modelo patriarcalista sufre, ciertamente, una transformación
a partir de la ilustración y la fundamentación contractualista del Estado, será
el pacto entre los iguales el que otorgue legitimidad al gobernante, que
ostentará la imagen de padre simbólico, no por mandato divino o lugar natural,
sino en virtud de la representación de la voluntad general. En este sentido lo que trato de abordar como problema, en un
primer momento, es las formas de representación masculina sobre lo femenino,
problema que plantea no solo una visión patriarcal, autoritaria y machista de
la mujer sino además sus repercusiones en el campo del conocimiento social,
dicho de otra manera, las formas en como las ciencias sociales miran a la
mujer, desde la historiografía hasta la psicología, tal como lo señaló en algún
tiempo Amparo Moreno, una excelente historiadora cuando dice “la historiografía
no solo era sexista, es decir, privilegia un sexo en detrimento de otro, sino
también androcéntrica, es decir, privilegia el punto de vista masculino. Tuvo
que surgir el feminismo al final de los años sesentas para impulsar una
renovación a las viejas categorías que condicionaban a las mujeres a factores
sociales e ideológicos y que, a lo largo de los siglos se había convertido en
una tradición referida a lo femenino como un hecho natural, biológico y
sacralizado. La primera insurrección
femenina trajo pues, no solo una renovación conceptual como tal sino que
también la incorporación de las mujeres al trabajo y mas tarde a la política,
tal como sucedió con las mujeres durante la dictadura Argentina, las madres de
Plaza de Mayo que diluyeron la ilusoria barrera que separaba el mundo domestico
de la política y transformaron la maternidad en subversión. Desde esta
perspectiva juzgamos útil y legítimo plantear qué posición tiene la psicología
frente a esos procesos en que la mujer emerge a un mundo que subvierte los
roles del hogar por la acción política,
procesos que no pueden estar ajenos al devenir histórico de la mujer que
es historia de la mujer como sujeto e historia de la mujer como proceso. En
ambos casos, lo que se plantea es, que tramas sociales e históricas de la
cultura configuran cierto tipo de singularidades femeninas que definen no solo
la posición de la mujer frente a una cultura machista sino también la
construcción de una cultura de la intimidad (por ejemplo, la percepción del
cuerpo, la autoestima, el amor, las relaciones de pareja). Lo que importa pues – y esto es
tarea de la Psicología-, es cómo hacer
para reconstruir la intimidad, las historias de vida, en un espacio de y para
la mujer que permitan explorar sus posibilidades en el campo político, social,
académico y cultural. Un punto fundamental descubierto por mi trabajo con
mujeres me ha llevado a plantear dos cosas, el espacio cuyas dimensiones
afectivas son cubiertas por la familia es, al mismo tiempo que un espacio
afectivo un espacio disfuncional de la vida intima sexual, en efecto, la
familia no solo reproduce los roles biológicos de la especie humana sino que
encadena la vida sexual al ámbito de una sexualidad genital displacentera, la
mujer, madre en las sociedades modernas cada día se ve sometida no solo a la
sobrevivencia económica sino también a la protección del hogar, en este sentido
muchas mujeres asumen una carga moral y de responsabilidad que, asociadas a las
cargas culturales son generadoras de culpa y de insatisfacción sexual. Importa
mucho pues, explorar las fuertes cargas morales para orientarlas hacia su
emancipación y sublimarlas hacia ordenes de carácter social, político y
cultural. Todos esos espacios íntimos revelan pues, no solo el carácter
psicológico de las formas de adaptación a las instituciones como la familia,
sino también su carácter insurrecto que es historia de las mujeres en la vida
cotidiana, que es la historia de una lucha contra la cultura posmoderna, cultura de lo inmediato y de la urgencia, la
cultura que ha intentado mercantilizar todo lo que existe entre cielo y tierra,
que ha creado el “tiempo tecnológico” y el “tiempo aprisa” (Arnoldo Kraus,
2001), que ha transformado muchas de las fibras de los sentidos, “esos rincones
que antes de ser otra cosa, son rincones humanos, sensaciones vitales” Por eso,
es tarea de la psicología reconstruir la intimidad, romper la línea entre el
olvido y la evasión, entre el silencio y la verborrea. La psicología tiene que
ir a esos rincones humanos para encontrar una opción a la vida humana. Si la
tarea de la historia es hacer una historia nueva, una historia desde abajo, una
historia de las mujeres, pues, cada vez
nos acercamos a vivir sin saber nada de nosotros, hemos perdido los vínculos
que nos unían con esos actos singulares de la palabra y el goce. Como apuntaba
Arnoldo Kraus “los tiempos sin tiempo, los tiempos tecnología, han opacado, e
incluso desaparecido, esos renglones. Se tiene menos, se palpa menos, se conoce
menos al otro. Tocar y ser tocado es vital... Acercarse, sentir, es una línea
bidireccional, que le permite a uno verterse en el otro, y al otro, cuando
herido, retornar el mundo y regresar a sus adentros...” Creo que estamos
asistiendo al fin de la historia que cuestionaba al hombre para dar cabida a la
cuestión mujer, en tanto, deja de ser la madre de la fantasía y de los dioses
para ser la madre de su propia historia y de su propio cuerpo. En este sentido,
la historia de la mujer es un campo de fuerzas que apunta en su sentido
político a la liberación de un sistema de explotación que, reproduce en el
campo de la familia la cultura machista y en el moral los sentimientos de
culpa, ambos, lo político y lo moral constituyen estrategias del orden social.
La historia de la mujer tiene que apuntar pues, a la liberación de ese campo de
fuerzas, pero a una liberación que no reproduzca las contradicciones de su
lucha, es decir, si la mujer lucha por incorporarse al trabajo y por sus
derechos a la igualdad, el capitalismo lo ha hecho de manera muy bien, pero
esta, sigue siendo una posición por demás
economicista y de más explotación; si la mujer lucha contra las relaciones
machistas, debería ser fundamentalmente una lucha sin excluir a los hombres,
pues, la represión femenina no se da sin la existencia del macho, por tanto, no
hay liberación sin alianzas y esta no puede ser alcanzada sin una alianza por
la vida, sostenida y protagonizada por ambos.
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