miércoles, 14 de marzo de 2012

Gobernabilidad Democrática: instituciones, gobierno y liderazgo




 En México como en todo el continente el problema del desarrollo pasa básicamente por dos problemas centrales, aunque estos, no son los únicos, sí son relevantes para lo que enfrentamos. El primer problema, es que cada vez hay un desencuentro profundo entre los políticos y sus pueblos; la tendencia de los políticos es a armar su agenda situados alrededor de los intereses de grupos (vistos tanto en el PRI, PRD y PAN) y sin ningún rumbo o proyecto. El segundo problema es que, toda gobernabilidad requiere un liderazgo con visión, legítimo y capaz de resolver conflictos. Ninguna de estas tres características tenemos en nuestros gobiernos ni en los líderes de los partidos. La ingobernabilidad tal como la vivimos en algunos estados y en el país tiene que ver con estos dos factores, el desencuentro con la amplia audiencia ciudadana y la ausencia de liderazgo. Pero ¿Qué significa cada uno de estos? En primer lugar hablemos de la gobernabilidad. Entendemos a esta  no tanto a los atributos de un gobierno sino a su capacidad para enfrentar los retos y las oportunidades específicos que se nos plantean. La gobernabilidad es la capacidad de un gobierno para saber mantener un equilibrio y una sana relación entre el sistema institucional, las capacidades de los actores políticos, económicos y sociales y finalmente la capacidad transformacional de los liderazgos. Muchos aspiramos a mejores gobiernos, en efecto, las elecciones presidenciales  son trascendentes no solo por sus candidatos sino por el proyecto de nación, la decisión en las urnas son cruciales, son decisorias sobre a quién hemos de legitimar nuestros destinos en lo económico, en lo político y en lo social así como en otros aspectos que por no mencionarse no resultan relevantes. Por eso, hablar de la gobernabilidad  no es tanto preocuparse por tener un buen gobierno aunque esto esté incluido, la gobernabilidad es crear valor no solo en el sentido de la satisfacción individual -materialmente hablando -, sino en la forma en cómo se establecerá la nueva arquitectura social  en la que los individuos y grupos buscaran su utilidad. Por eso la gobernabilidad requiere de estrategias de creación de capacidades para movilizar y orientar a la sociedad a una nueva cultura política del cual se desprendan las acciones en que esta pueda enfrentar los retos de manera colectiva. Esta estrategia en América Latina se ha tratado de implementar mediante lo que se ha llamado “reforma administrativa” (desarrollada durante los años 50´s y 60´s) “modernización administrativa” y actualmente “reforma del Estado” (planteamiento que se está dando en México). La reforma del Estado implica la forma adecuada por donde debería transitar este, pero entendido  en el sentido anteriormente expuesto, como una nueva arquitectura social.  En este sentido la agenda política no consiste en saber todo lo que queda por hacer sino qué no puede dejar de hacerse aquí y ahora. Esa posición es la que entra en el marco de lo que en México se le ha denominado reforma del Estado , dado que esta no se trata de un cambio administrativo sino de un cambio político e institucional  de inmensas proporciones , que genera nuevas instituciones, nuevos liderazgos y nuevas formas de relación social  prevalecientes. Un ejemplo, es el que actualmente vivimos en el país, por señalar solo un aspecto, el de la cultura política, una cultura bañada por actos de corrupción, compra de votos, programas sociales utilizados como propaganda electoral, poder asumido por liderazgos poco legítimos, en conclusión, el Estado se ha venido debilitando  de manera vertiginosa a tal nivel que las sociedades van en un creciente descontento. Hasta aquí no se agota el primer problema planteado al inicio de este artículo, pero en términos generales, la gobernabilidad demanda una agenda con características como anteriormente planteaba. Hasta ahora el Estado ha transitado de un  a). Un modelo de política social centrado en la acción gubernamental donde se parte de la idea de que el Estado es el centro tanto en lo económico, y lo político como en lo social; b). Modelo de compensación del ajuste económico, donde se parte del supuesto de que el problema de la crisis surge por la excesiva intervención de los gobiernos en la economía, lo que genera distorsiones y estancamiento y frente a ello resulta necesario hacer un ajuste para lograr un funcionamiento libre del mercado; c). Modelo emergente, modelo que pretende potenciar la capacidad autogestiva, productiva  y participativa de los pobres. Frente a estos modelos con Carlos Salinas se recurrió al liberalismo social  y al movimiento revolucionario de 1910 para justificar su proyecto económico y la política social. Con Ernesto Zedillo el libre mercado es el marco más eficaz para el desarrollo. Sin embargo, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) destaca que el crecimiento económico no mejora automáticamente la vida de las personas, ni en sus propias naciones ni a escala internacional (PNUD, informe 1992). Aquí el problema que enfrentamos es el del modelo y del ejercicio del liderazgo frente a los retos futuros.
El liderazgo es una parte vital para el cambio institucional. Heifetz (1994) plantea que este significa  “Movilizar a la gente para que enfrente sus problemas, encare decisiones dolorosas y aprenda nuevas formas de ser.” Es claro que un liderazgo que sea capaz de transformar a las instituciones exige, en primer lugar, visión. La formulación de la visión requiere a). La comprensión de los intereses a corto y largo plazo de un amplio espectro de actores sociales; b). Una percepción afinada de los equilibrios implicados en los arreglos institucionales vigentes; c). Conciencia suficiente de los impactos que las tendencias y fuerzas van a tener sobre la sociedad y sus principales actores. Lo decisivo no es que la visión sea innovativa, sino que conecte con los intereses y motivaciones de amplias audiencias (Kotter, 1990).  En segundo lugar todo liderazgo requiere legitimidad. La legitimidad es lo que permite que funcione una comunicación efectiva entre el liderazgo y sus audiencias, en América Latina actualmente (Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia y Chile por decir algunos) se han construido liderazgos legítimos no porque tengan la habilidad de comunicar sino porque son creíbles y confiables ante sus audiencias.  Es decir, no solo son factores personales los generadores de la confianza y la credibilidad en un líder sino que son producto de las percepciones sociales ante las consistencias entre el discurso, las acciones y resultados. Un tercer factor importante en el líder es su capacidad para tratar adecuadamente los conflictos. El conflicto puede ser un estimulo, un desafío al proceso de aprendizaje. Desarrollo en el sentido de convertir toda demanda, todo valor y motivaciones conflictivas en curso de acción coherente. Hace algunos años haciendo una experiencia con grupos de padres de familia en una escuela trabajamos conflictos intrapersonales a través de historias de vida, recuerdo que algunos me preguntaban, ¿Usted nos va a ayudar? ¿Cree que este curso nos sirva para resolver nuestros conflictos? Pienso que la tarea de un líder no es encontrar soluciones mágicas sino un proceso continuo de cuestionamientos, interpretaciones y exploraciones de opciones ante la vida. Desde esta perspectiva es urgente modificar nuestras formas de situar a los liderazgos versus autoridad.  La autoridad es formal, es un pacto. La autoridad se instala a través de un pacto y para la demanda de un servicio expresado en un mandato. Todos los gobiernos electos por la vía electoral  son autoridades formales. Sin embargo, antes de ser autoridades formales son autoridades informales, es decir, ejercen el liderazgo para atraer votantes y cuando llegan a ser autoridades formales deberían seguir ejerciendo la influencia de líderes, situación que pocas veces sucede, lo cual refleja una decadencia en el poder y en el ejercicio del liderazgo. ¿Dónde radica el problema? Yo lo situó en dos ámbitos, el primero, la pérdida de legitimidad de los liderazgos. Actualmente los liderazgos han perdido rumbo porque han legitimado el fundamentalismo del mercado que a pesar de los costos sociales no han dejado de aplicarse; pareciera que, los liderazgos, viven de dogmas. El segundo factor, se refiere a la gran incapacidad para transformar la política pública. La capacidad estatal referida a la cuestión pública se refiere a la forma en cómo el Estado se vincula con la sociedad para responder a ese pacto legitimo. Por mencionar algunos ejemplos, antes de ser gobierno, los partidos políticos padecen la esquizofrénica actitud de pelearse los cargos, pasan mucho tiempo armando sus agendas en los restaurantes negociando los futuros cargos de una elección popular. Esta concentración de energía en las negociaciones en pequeñas tribus y grupos van desdibujando ya la de por sí carencia de proyecto social y sus vínculos con la sociedad. El mandato social que por la vía legitima electoral pone a una autoridad se ve traicionada por los intereses de poder y económicos  de gente sin escrúpulos que cuando uno trata con ellos no tienen la mínima idea de lo que significa ser gobierno. De esta manera los liderazgos son legitimados por la vía electoral (es decir, cumplen su función como autoridad socialmente hablando) pero ilegítimos en cuanto  se trata de poner las ideas o los mandatos en el marco de las necesidades y exigencias de la misma. Finalmente, una posible transformación de la sociedad es depositar en las tareas de los ciudadanos el ejercicio del liderazgo sin que medien exigencias de carácter electoral, sino una visión de las necesidades sociales.


domingo, 11 de marzo de 2012

La historia del sapo y la princesa



 
Hubo una vez un sapo que pasaba las noches mirando solitario las estrellas, cerca de un lago. Las miraba como queriéndolas alcanzar, nadie sabe que este esfuerzo de querer alcanzar algo evade la conciencia de no percatarse de los limites. Las estrellas platicaban con el sapo y pasado el tiempo en que ambos acordaron seguir mirándose para saber como alcanzarse, resultó que el sapo podría brincar y las estrellas brillar. Pasaron los años y el sapo luchaba intensamente con sus brincos por alcanzar a las estrellas, pero ellas estaban tan lejos que era difícil llegar a ellas. Fue entonces que entre tantos brincos el sapo llegó a una mansión vieja y descubrió que allí vivía una princesa. Al conocerla, el sapo iba todas las noches a cantarle viejas canciones de amor, pero la princesa parecía absorta en otras miles de cosas que no podía atender las canciones de un animal tan feo como él. Entre tanto ir y venir el sapo se fue envejeciendo, su cuerpo castigado por el correr del tiempo, los desvelos, sus ojos cansados, sus sueños, sus desventuras lo fueron haciendo mas feo. Una noche cuando el sapo regresaba de un viaje largo y cansado y triste porque la princesa no hacia caso de él, apesumbrado por tal situación, miró las estrellas y el reflejo de una de ellas en sus pequeños ojos iluminaron una reflexión. Encontró porque no había podido alcanzar el amor de la princesa; la princesa amaba las noches y el cielo estrellado desde su balcón, amaba el silencio de si misma, el susurro del viento, amaba la impasibilidad de su propio cuerpo ante un silencio que no se queja y grita. La princesa conocía el amor porque siempre lo esperaba en el silencio, soñándolo. El sapo nunca pudo conocer el amor porque lo buscaba afanosamente en la vida. Hay una diferencia entre amar y vivir, el sapo lo buscaba, la princesa lo esperaba, pero mientras uno lo busca y otro lo espera, ambos viven en el sueño ideal de alcanzarlo, es una ilusión, es como querer atrapar una sombra. Desde entonces el sapo sigue viviendo y ha encontrado el amor otorgándoselo a las cosas que hace, mientras que la princesa espera y espera, conociendo el amor en la dulce ilusión de que algún  día llegará.